Un capítulo de la historia muy vinculado a los
eventos astronómicos, muy extendido en los libros de astronomía tuvo que ver
con la difícil situación que enfrentaron Cristóbal Colón y sus expedicionarios
en tierras americanas durante su cuarto viaje hacia el año 1503.

Pero antes de entrar al anecdotario vale
relatar que la historia no tendría un final feliz para los españoles si no
fuera por la inestimable aportación de un erudito alemán de nombre Johann
Müller von Königsberg, también conocido como Regiomontano (Regiomontanus en
latín). Nacido en 1436 fue un niño prodigio de las matemáticas que entró a la
universidad de Leipzig a la edad de once años. Sus trabajos astronómicos fueron
extensos, pero uno de sus decisiones más trascendentes fue emplear la recién
inventada imprenta de Gutenberg como un recurso para divulgar información. Así
fue como publicó varios textos científicos, con diagramas muy precisos. Tal vez
el más famoso de todos fue su “Kalendarium”
el cual cubría los eventos a ocurrir del año 1475 al 1506. Las tablas
astronómicas incluían detallada información sobre el sol, la luna y los
planetas, así como las más importantes estrellas y constelaciones con las
cuales navegar. Por ello se convirtieron en obras de suma importancia para
cualquiera que se aventurara a mares desconocidos en búsqueda de nuevas
fronteras. Se dice que Cristóbal Colón y Américo Vespucio llevaban su propia
copia de las efemérides de Regiomontanus en sus viajes.

Y precisamente en ese cuarto y aciago viaje al
nuevo mundo, Colón buscaría el paso hacia el mar que llevara a los españoles
hacia las tierras de Oriente (empresa fallida, puesto que el descubrimiento del
Océano Pacífico no llegaría hasta diez años después por Vasco Núñez de Balboa).
Sin embargo, lo reducido del presupuesto y el mal estado de las embarcaciones
hizo que la exploración tuviera que acortarse para buscar desesperadamente
llegar a la isla La Española. Colón había partido con cuatro embarcaciones, las
carabelas la Capitana y la Santiago, y dos naos, el Gallego y el Vizcaíno. Las
naves se vieron afectadas por una especie de gusanos que pudrían la madera
hasta dejar a las embarcaciones en
estado innavegable. Las tripulaciones tuvieron que trasladarse a las otras dos
embarcaciones. Llegó un momento en que a las naves el agua casi les llegaba a
cubierta. La tripulación se turnaba día y noche para achicar el agua con las
tres bombas de abordo e innumerable cantidad de calderos. Finalmente Colón tomó
la decisión de embarrancar las naves en la bahía de Santa Gloria de la isla de
Jamaica y apertrecharse para cualquier ataque de los indios del lugar. Era el
25 de junio de 1503.
Colón envió a tres marinos en una barca hacia
la isla La Española para pedir auxilio. Mientras, entabló amistad con los
indios del lugar tratando de establecer un trueque de baratijas por alimentos.
Muy necesario porque las reservas de la tripulación estaban agotadas, y las que
quedaban ya estaban en muy mal estado. Colón esperaba que eso ayudara a darles
tiempo mientras el Gobernador Ovando de La Española mandaba un navío de rescate
por los náufragos. Sin embargo, Colón ya no era tan apreciado como en sus
primeros viajes, y la expedición de rescate tardaría un año en partir. Con
tanto tiempo transcurrido, a los españoles se les acabaron los cascabeles y
cuentas de vidrio con los cuales comerciar por granos, conejos o pan que los
indios les proveían. Además las
relaciones con los indios se complicaron cuando un grupo de marinos rebeldes se
escaparon, y tras un fallido intento de hacerse a la mar en canoas de los
indígenas, terminaron sobreviviendo del pillaje a los indios. Ante estos
hechos, y la falta de mercancía para trueque, los indios dejaron de surtir de
alimentos al grupo de Colón.
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Eclipses registrados en el Calendario Regiomontanus |
En el momento más desesperado, el navegante
genovés se percató que en el calendario del Regiomontano señalaba un eclipse de
luna para el 29 de febrero de ese año, 1504. Aprovechando dicho conocimiento, y
con la fecha próxima, convocó al líder cacique de los indígenas y le recriminó
a nombre de Dios el poco cuidado que tenían de surtirlos de alimentos. Le
sentenció que Dios los castigaría con una grandísima hambre y peste, y que para
muestra de su enojo divino les mandaría al tercer día una señal del cielo. Indicó
a los indios que observaran dicha noche la salida de la luna, llena de la ira
de Dios.
Es de esperar que los indígenas regresaron con
una mezcla de miedo e incredulidad con esa advertencia, pero sin duda la
semilla de la incertidumbre les quedó depositada
en su subconsciente. Cuál sería su sorpresa cuando al tercer día la luna salió
por el horizonte, grande y con un tono rojizo de intensa furia.


Relata Don Fernando Colón, hijo del Almirante,
que los indígenas regresaron dando alaridos y suplicándole a Colón que
intercediera por ellos ante su Dios para que aplacara su furia y los perdonara.
A cambio, gustosos proveerían de alimentos a los náufragos españoles. Colón
aceptó interceder ante su Dios, e indicó que se retiraría a sus aposentos por
cincuenta minutos para hablar con Dios. No obstante, lo que realmente hizo, fue
medir con un reloj de arena el tiempo que durarían las fases del eclipse, según
el almanaque del Regiomontano. Cuando calculó que la fase de totalidad del
eclipse empezaría a ceder, Colón apareció nuevamente ante los indígenas para decirles
que Dios los había perdonado y que poco a poco la Luna recuperaría su
luminosidad habitual. De esa manera, Colón y los náufragos españoles lograron
sobrevivir con alimentos provistos por los indígenas hasta el arribo de una
carabela de rescate desde La Española, el 29 de Junio de 1504.